Crónica

El público que fuimos

Conversaciones en torno a “Un niño… una voz”, de Luis Pescetti

Tatiana Aguilar-Álvarez Bay

Centro de Estudios Literarios

Instituto de Investigaciones FIlológicas

 

El ritmo de preguntas que sigue a una conferencia, clase, curso, indica inequívocamente el interés que suscitó el evento en cuestión. Con este criterio, no cabe duda de que el curso de Luis Pescetti “Un niño… una voz” fue memorable. El tono de las intervenciones, la calidez de los aplausos y la despedida con la porra universitaria, “¡gooooya…!”, muestran el consenso sobre la frescura, inteligencia, cordialidad y humor que Pescetti repartió a manos llenas; a lo largo de tres días ofreció valiosas indicaciones con una mirada novedosa sobre la infancia, el oficio del educador y el humor. Debemos la organización del evento a la doctora Silvana Rabinovich, quien presentó al expositor, dirigió el diálogo y preparó a Pescetti un emotivo diploma de agradecimiento. Se contó también con la presencia de Renato Aranda, director de Literatura Infantil y Juvenil de Santillana, casa editorial que participó activamente en la gestión del curso.

Ante la imposibilidad de reseñar el amplio programa, cabalmente cubierto, ofrezco un breve repertorio de las conversaciones a que dio lugar, que por su interés demuestran que Pescetti consiguió llevar al público a ciertos confines de la memoria, del gozo y del aprendizaje. Siento no poder dar los nombres de los que protagonizaron estos diálogos pues no llevé un registro puntual de las intervenciones. Sin embargo, confío en que los aludidos podrán reconocerse en sus inquietudes y aportaciones.

Después de tres jornadas de trabajo intenso, en el último espacio para preguntas, las manos se levantaban sin pausa. Además de la cantidad, subrayo la calidad de las intervenciones. Las risas y suspiros, el trabajo serio y continuado, la música y la poesía conmovieron al público que fuimos: tocamos el lugar secreto de las inquietudes que impulsan la reflexión y la acción. La mayoría de los asistentes desempeña tareas pedagógicas, desde niveles de crianza hasta instituciones superiores: maestros, médicos, gente de teatro, entre otros, que en general comparten la preocupación por el bienestar de la infancia que, en nuestro país, como salió a relucir en el curso, sufre formas diversas de violencia: abandono, privaciones, desatención, maltrato, rechazo, abuso, falta de oportunidades… Dicha violencia fue el vector de un conjunto de interrogantes sobre el modo de aproximarse a niños y niñas que viven en condiciones extremas: los que quedan desamparados por emigración y encarcelamiento de ambos padres; los que han sido afectados por una experiencia traumática –línea en la que flotaba el estremecimiento por el reciente terremoto en México–; los que no acceden a la educación; los aquejados por minusvalía, enfermedad e incluso un diagnóstico fatal; los que por la estructura discriminatoria del país se ven orillados a negar su lengua, su aspecto, sus costumbres; los excluidos de todos los repartos: económicos, educativos, de la protección y del indispensable afecto. Infancias ensombrecidas. Hermosos hijas e hijos a los que hemos permitido que les roben la sonrisa y los sueños.

Los niños

Atento a la interpelación Pescetti no se apresura a responder; sabe bien que ante escenarios críticos no se pueden ofrecer recetas y palmaditas en la espalda; calla y medita; nos invita a colaborar en la posible solución de un conflicto, devuelve la pregunta a quien la formula, señalando así que sabemos más sobre nuestras tareas de lo que parece a primera vista; nos envuelve en un clima de afectuosa reflexión, con pausas de humor que ayudan a recobrar el ánimo. Una maestra cuenta que a los niños beneficiados por un programa de mejora del desempeño escolar les cuesta integrarse a sus comunidades. Enseguida un maestro narra el hostigamiento que padecen los dreamers cuando se incorporan a la escuela en México, lo cual los lleva a adecuar su vestimenta al nuevo entorno y reunirse solamente entre ellos. A ellos se suman otras inquietudes sobre la dificultad de volver al lugar de origen cuando, por estancias en el extranjero y otras formas de distancia, se ha trasformado la relación con el punto de partida. Pescetti añade que incluso leer cuando se pertenece a una familia o entorno ajeno a esta práctica puede ser causa de exclusión.

En grupo se reflexionó sobre modalidades de extranjería en el medio de pertenencia. Ubicada en la última fila, una joven narra la historia de un niño que, por su afición al piano, es rechazado en su casa. Ante esta crisis, ella propone a este alumno transformarse en “embajador de dos mundos”. Más adelante, el proyecto se cumple: el niño ya adulto va impregnando a su familia con su afición musical. La joven maestra señala que los cambios requieren tiempo, no se dan de inmediato. De ahí la importancia de la paciencia. La intervención entusiasma al ponente, quien celebra el título de “embajador de dos mundos” otorgado al pequeño. Enseguida una joven concluye que el curso invita a ser mejores lectores de los otros y de las circunstancias para transformarse en buen “huésped”, noción que ha sido el eje del curso. En el marco de lo expuesto esos días este término debería quedar bien resaltado. Es huésped el que sabe acoger a quienes, en esa situación particular, están ahí con anterioridad. El huésped es quien reconoce la antecedencia del anfitrión y, en tanto que recién llegado, respeta y ejerce todas las reglas de hospitalidad. De modo que Pescetti en su exposición se comporta como “huésped” del público y, al acogernos en este Instituto de Filológicas, fue nuestro “huésped” durante el curso.

La recomendación de Pescetti a cuestiones diversas pero recorridas por una preocupación similar fue ser en todo momento coherentes con el oficio, es decir, con la tarea específica de cada uno: maestro, profesional de la salud, animador de talleres, etc. Se trata de concentrarse en aquello para lo que uno está capacitado, sin caer en la tentación de atender los problemas colaterales a la propia actividad, denominados “elementos emergentes”, como pueden ser las situaciones críticas expuestas en las preguntas. Pescetti advierte así, de un lado, que no se puede a ser a un tiempo médico, trabajadora social, psicólogo, abogada, ingeniero, arquitecta, por mencionar algunas de las profesiones que concurrieron en el terremoto, y de otro, entrometerse en aspectos emocionales, familiares o comunitarios frente a los cuales se debe mostrar el mayor respeto. Con esta advertencia señaló el riesgo del impulso de omnipotencia, de sentirse investidos de una misión que sobrepasa los propios límites.

Voluntarios durante el sismo de 2017

La claridad de las propuestas de Pescetti contrasta con la perplejidad frecuente en la academia debida quizá a la obligación autoimpuesta –señalada durante el curso– de agotar todas las posibilidades, o a la necesidad de exhaustividad –a veces derivada del miedo a la evaluación– o al gusto excesivo por las disquisiciones teóricas. La sencillez se combina aquí con el rigor, patente en la invitación a formular preguntas directas, concisas; en la elaboración de respuestas no lineales, sino que ofrecen diversas posibilidades de ejecución de acuerdo con contextos también diversos; en el cuidado en la distribución del tiempo y en el modo de planear las sesiones.

Al explicarnos el origen de algunas de sus canciones Pescetti compartió los secretos de su oficio: la importancia de partir de una situación que lo ha conmovido; rescatar a los protagonistas, dado que una aparente derrota, con talento y humor, se puede leer como hazaña; el principio de reír solamente con lo que despierta empatía, evitando así la ironía y el sarcasmo –reservados, en todo caso, a los que ostentan el poder–. En un espectáculo emocionante, divertido y sensible, vemos pasar niñas y niños entrañables. Los niñosSe trata de personajes en supuesta desventaja que, rescatados de una visión convencional de la infancia, se revelan como capaces de distintos tipos de heroicidad.

El curso concluye con el análisis de una canción memorable, que se basa en la anécdota que externó una madre convocada por la maestra debido al mal desempeño del menor de sus hijos. Con expresión de congoja confesaba que al niño “le faltó mirada”. Conmovido por la honestidad del comentario, el músico argentino se las arregla para que este niño “invisible” se transforme en el “héroe de la confianza” –sin dejarlo en la experiencia negativa–. A pesar de la falta de atención este “niño invisible” posee “recursos de amor propio”, y tarde o temprano llegará su momento y alcanzará el brillo que le falta. Mientras Pescetti interpreta “Soy invisible”, un murmullo (“ahh…”) recorre el recinto:

 

Mi papá no me mira,
mi mamá no me mira,
soy invisible.
En la escuela no me miran,
mis amigos no me miran,
soy invisible. […]
Yo me estiro y me tuerzo,
hago todos los esfuerzos,
por hallar algo que encante
y volverme interesante.
Tal vez llegue en un cometa
la persona, bien concreta,
para quien brille.
Deberé tener confianza
todo en la vida se alcanza
no es imposible.
Yo aquí estoy bien disponible,
a la vista, accesible,
pues soy querible.

En diferentes contextos Pescetti se refirió a los recursos que despliega para establecer una comunicación eficaz con su público en diversos países: planear todos los aspectos de la función, aprovechar los distractores, proyectar la alegría personal –de la que el buen chiste es sólo vehículo–, ser acogedor, asumir la autoridad cuando se está frente a un público, no “bufonear” respecto de sí mismo, ya que las niñas y niños no toleran a quien se falta al respeto; llevar las riendas del espectáculo, clase, curso, taller, etc., entre otros muchos aspectos que muestran la complejidad de un oficio en que se conjunta la pedagogía y el arte (o el arte de la pedagogía). Esta madurez es otra forma de acoger al otro y tratarlo como semejante, sin que esto reste nada a la chispa de un concierto que entusiasma a públicos de todas las edades.

En atención al trabajo con comunidades, se distinguió entre el público urbano y el rural. Mientras que el primero está entrenado en los códigos del espectáculo, que incluyen el desparpajo, el movimiento corporal, la interacción informal, el segundo requiere de distancia y sensibilidad para no dar pie a situaciones incómodas; por ejemplo, en los juegos no es aconsejable movilizar todo el cuerpo, sino limitarse a las manos y la cara. Tal precaución muestra el cuidado que exige la relación con un público, con el otro.

Reconfortantes, agudas, divertidas, sabias, prácticas, claras, pertinentes…: transformadoras. Así fueron las lecciones de Pescetti, quien sorprendió con una visión educativa ajena a la condescendencia, a la solemnidad, a la rutina, a la mojigatería y tantas otras deficiencias que sofocan la creatividad y el entusiasmo infantil: asignación de roles, supuesta urbanidad que estandariza las relaciones con los otros, inserción en la carrera unilateral de la competencia, carencia de humor o de sentido del relato, falta de respeto de la soledad y el silencio… Los niños“Un niño… una voz” fue una sacudida contra el aburrimiento y el rictus lúgubre, a menudo presente en las formas académicas, una llamada de alerta sobre la prepotencia y la monotonía que, con pretextos pedagógicos, acallan las nacientes voces infantiles, una excavación en estratos de la conciencia que resguardan el tarareo inconfundible del juego, cuya pauta marca el inicio de la maravilla.Programa de acompañamiento a comunidades afectadas

A la vista de este espectáculo de dicha y concentración, de renovación entusiasta, salta una interrogante: ¿qué pasó con el público? Salió del gris cauce de la rutina a un espacio abierto y cálido; se engalanó con atuendos hechos de retales y coloridos sombreros; compartió un alegre festín; revivió el gesto aventurero… El público comedido pasó a ser una comitiva desfachatada, dispuesta para la acrobacia creativa y la música. Merece el ponente un agradecimiento efusivo por esta arriesgada dislocación.

Como cereza del pastel, cabe señalar que lo recaudado en el curso se donó a “Soga viviente”, proyecto organizado por el Instituto de Investigaciones Filológicas como apoyo a comunidades afectadas por el terremoto del 19 de septiembre de 2017.