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Universidad Nacional Autónoma de México
ISBN: 978-607-02-3721

La labor bibliofilológica de Ignacio Osorio Romero (1941-1991)
In memoriam

Dra. Hilda Julieta Valdés García
IIB, UNAM
hildaj@unam.mx

Dos mil veintiuno es una fecha significativa para rendir homenaje al Dr. Ignacio Osorio Romero, a 80 años de su nacimiento y tres décadas de su deceso, este insigne universitario demostró siempre una inclinación vehemente por la cultura novohispana. Con entusiasmo, sirva este breve acercamiento a su trayectoria académica para recordar la trascendente labor de quien fuera, a mi juicio, el principal neolatinista y bibliógrafo mexicano, cuya obra no ha sido todavía superada.
     Sobre su vida, se sabe que Ignacio Osorio nació el 10 de mayo de 1941 en Temascalcingo, Estado de México, allí cursó sus estudios primarios e ingresó en la sede del Seminario Conciliar Menor de su localidad. Concluyó sus estudios de Humanidades en el Seminario Conciliar de la Ciudad de México, quizá en esta etapa, el estudio de la lengua latina determinó la vocación del joven Ignacio. A los 21 años ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México donde cursó la Licenciatura en Letras Clásicas; en 1978 obtuvo el grado de maestro y, en 1989, el de doctor en esa misma especialidad.
     En 1962, Ignacio Osorio, junto con Roberto Heredia, aun siendo estudiantes de licenciatura, comenzaron a trabajar en la Biblioteca Nacional por invitación de don Manuel Alcalá, director de esta institución, quien supo reconocer el ingenio sobresaliente de sus jóvenes discípulos. Osorio y Heredia formaron parte de un grupo de investigadores conformado por Ernesto de la Torre Villar; José Ignacio Mantecón, figura señera de la bibliografía mexicana; Roberto Moreno; María del Carmen Ruiz Castañeda; José Quiñones Melgoza y Jesús Yhmoff Cabrera, entre otros. Todos ellos compartían un vivo interés por rescatar el valioso patrimonio bibliográfico.
     Entre 1965 y 1972, Osorio fungió como secretario de redacción del Boletín de la Biblioteca Nacional de México y desempeñó varios cargos académico-administrativos: coordinador del Departamento de Letras Clásicas (1969-1977); jefe del Centro de Apoyo a la Docencia (1986-1988) y director del Centro de Educación Continua y Proyectos Especiales (1989).
     A principios de 1970, Ignacio Osorio, ingresó como investigador del Centro de Estudios Clásicos y, en 1983, con Roberto Heredia y Germán Viveros, compañero de años anteriores de la licenciatura y director entonces del Centro de Estudios Clásicos, fundaron la publicación periódica Nova Tellvs. De acuerdo con Roberto Heredia (1993, 76), Ignacio propuso el nombre que había extraído de un verso compuesto por un jesuita novohispano, apellidado Peña, del siglo XVI: O nova pars mundi, Nova tellvs et novus orbis perge (¡Prosigue, oh, nueva parte del mundo, nueva tierra y nuevo orbe!).
     La historia de esta revista especializada se encuentra relacionada intrínsecamente con los intereses académicos que en aquel tiempo desarrollaban los investigadores mencionados. En efecto, Nova Tellvs compendiaba tres secciones: filología griega, filología latina y filología neolatina, a esta última aportaron sendos trabajos principalmente Roberto Heredia, José Quiñones, Arturo Ramírez Trejo, Tarsicio Herrera, Mauricio Beuchot e Ignacio Osorio, convencidos de que era necesario estudiar los documentos y obras escritas en latín para descubrir la otra literatura gestada a la par de las lenguas indígenas y el español. Al respecto, es ilustrativa la conferencia que dictó Osorio con motivo de la celebración del centenario de fundación de nuestro máximo repositorio en 1967; en “Las humanidades y la Biblioteca Nacional” señalaba la riqueza de obras de literatos coloniales que resguardaba esta biblioteca y cuyo estudio consideraba “de imprescindible necesidad para entender […] la literatura novohispana” a la que tenía por “mal investigada y comprendida”. De aquí que Osorio concibiera la creación de una biblioteca de autores latino-mexicanos, pues estaba seguro de que en éstos se encontraba “la misma evolución del ser nacional” (Osorio 1969, 129). En efecto, reconocía como valiosas la labor y difusión de la Tradición clásica en México realizada por los hermanos Méndez Plancarte y otros estudiosos; pero sus investigaciones en el Fondo de origen y en el Archivo General de la Nación lo confirmaron en que aún existía “un caudal insospechado” de literatura latino-mexicana “de época colonial y del México independiente” en espera de ser descubierto. El estado lamentable en que se hallaban los documentos y libros antiguos despertó en nuestro universitario el más profundo humanismo que lo caracterizó, pues aseguraba que en aquellos tesoros debía encontrarse gran parte de la historia de nuestro país. Por ello, proyectó una sólida investigación que fue desarrollando en años posteriores, debido a su importancia, me permito citarla in extenso:

Es tan rico el filón grecolatino que, para su estudio, he creído conveniente formar los siguientes apartados sin cuya investigación previa no podrá escribirse seriamente la historia y la influencia de las letras clásicas en México: 1) noticias sobre la enseñanza del latín y el griego en las aulas mexicanas, 2) las gramáticas latinas y griegas, y antologías formadas y editadas en el país, 3) la producción de poesía, prosa y teatro tanto en latín como en griego, 4) traducción de los clásicos, agrupados por autores, 5) comentarios y ensayos críticos sobre temas de literatura clásica, 6) influencia de toda esta cultura sobre las letras mexicanas, 7) todo lo referente a la huella clásica en México (Osorio 1969, 131).

     De este ambicioso proyecto el doctor Osorio únicamente alcanzó a desarrollar los temas concernientes al latín; sobre el estudio del griego siempre lamentó el desinterés de los egresados de Letras Clásicas por estudiar y rescatar la enseñanza de esta lengua en Nueva España, penosamente manifiesto que incluso hoy día nadie, hasta donde tengo noticia, ha emprendido esta tarea. Con la esperanza de que sus herederos aún conserven la biblioteca y documentos de nuestro homenajeado, podría aventurarme a decir que Osorio había compilado ya algunas noticias, en las que basó su artículo sobre el helenismo en México. Por testimonio de su cara discípula, la maestra Silvia Vargas Alquicira, se sabe que Osorio poseía en su biblioteca cientos de carpetas perfectamente rotuladas en las que organizadamente almacenaba la información y breves noticias de su magno proyecto; me atrevo a pensar que se trataba de las primeras notas bibliográficas que con generosidad nos legó en sus publicaciones cual invitación abierta para estudiarlas.
     Así pues, la vida académica que Osorio alcanzó a realizar estuvo enfocada en el estudio del neolatín, gracias al desarrollo de su proyecto sobre la enseñanza de latín en la Nueva España llegó a ser un gran conocedor de la literatura y la educación de los tres siglos de este periodo histórico.
     Los grandes avances de investigación de Ignacio Osorio Romero, realizados en su corta, pero fructífera vida, evidencian una dedicación absoluta al neolatín. Entre sus títulos sobresalen Tópicos sobre Cicerón en México (1976); Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en Nueva España (1527-1767) (1979); Floresta de gramática, poética y retórica en Nueva España (1527-1767) (editada en 1980); Historia de las bibliotecas novohispanas (1987); Antonio Rubio en la filosofía novohispana (1988); La enseñanza del latín a los indios (1990); además de varios artículos compilados bajo el sugerente título Conquistar el eco, la paradoja de la conciencia criolla (1989).
     Estas investigaciones muy pronto trascendieron como un referente indispensable para entender la educación en la Nueva España; con amenidad encontramos entre sus páginas la habilidad de los indios en el aprendizaje del latín, la formación intelectual de los criollos y la producción literaria de éstos. La obra de Osorio es una revisión crítica de la herencia latina en la formación del México colonial. Así lo expresaba el mismo Osorio:

La cultura que los españoles introdujeron a estas tierras que ellos significativamente llamaron Nueva España tenía dos expresiones: una en lengua latina y otra en lengua castellana. Ambas corrientes fincaban sus raíces en la historia y la tradición; representaban, por una parte, a quienes consideraron que la perfección literaria se encontraba en la expresión latina clásica y, por otra, a quienes elevaron las lenguas vulgares a la categoría literaria. Su uso durante la Colonia las más de las veces fue simultáneo, pero, también, en una visión de mayor alcance histórico, el latín y el castellano encarnaron a los Dióscuros que tenían que vivir y morir alternativamente (Osorio 1989, 11).

     Si bien Ignacio Osorio era consciente del menosprecio con que algunos colegas miraban la literatura neolatina, él insistió en señalar la importancia de estudiarla a la par que la española, así lo justificaba:

Durante los trescientos años que duró la Colonia, la literatura, las ciencias y la cultura se escribieron en ambas lenguas y formaban un solo corpus. Ignorar una de ellas, una de las caras de Jano, es amputar o deformar el conjunto de nuestra historia cultural. Por todas estas razones es empresa fascinante aventurarse por el sinuoso camino del neolatín en México; sacar a flote su espíritu; manifestar sus titubeos y contradicciones; evidenciar sus valores; sistematizar su estudio; preparar el camino para escribir su historia (Osorio 1989, 12).

     En este sentido, Walter D. Mignolo (1996, 4-5) recuerda la trascendencia de Osorio y secunda el valor de recuperar el latín, tan necesario para el estudio de la literatura latinoamericana colonial.
     Más aún, habrá que reconocer la gran maestría con que Ignacio Osorio supo combinar la labor de bibliógrafo, filólogo y educador en sus obras, en ellas encontramos, ciertamente, no sólo el testimonio de quien se empeñó en reivindicar la literatura latina novohispana y a sus autores, sino también una guía invaluable de textos y personajes de los que difícilmente encontraríamos información de no ser por su agudeza. Osorio, consciente de la situación de nuestros archivos y bibliotecas, registró acertadamente poemas completos y versos sueltos “para evitar su pérdida” –como él mismo decía–,  acompañados siempre de amenos y eruditos comentarios.
     A treinta años de su partida, estas transcripciones de muchos fragmentos de textos neolatinos han sido el primer corpus de literatura neolatina que se conserva, pero también de la literatura perdida que aún espera ser descubierta en nuestros fondos conventuales.
     Así pues, insisto en que los diversos estudios de Osorio son paradigmáticos en muchos sentidos, pues emprendió el rescate sistemático de la literatura neolatina, a fin de revalorarla críticamente, también mostró los tesoros bibliográficos nacionales, por esto los estudiosos de la colonia han reconocido que sus trabajos “iluminan ampliamente, con gran erudición y sobre fuentes de primera mano, sin interpretaciones apriorísticas, un campo fundamental de la vida cultural novohispana” (Grigera, 1984, 95).
     Con la muerte de Osorio quedó inconclusa la tarea de tan insigne académico, pero sus obras han allanado el camino a numerosos investigadores, pues, como él mismo señaló en sus prefacios, la vasta información contenida en sus trabajos es sólo “una parte de una investigación más amplia” (Osorio 1979, 7).
     Dos obras han sido el punto de partida de los estudiosos de la lengua neolatina: Floresta de gramática, poética y retórica en Nueva España (1521-1767) y Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en la Nueva España (1572-1767). Se trata de verdaderos instrumentos bibliográficos con ricos fragmentos y notas orientadoras para el lector, son además una invitación para que los autores novohispanos y sus obras sean estudiados, recuperados y valorados como literatura lato sensu, así lo señala él mismo:

La prosa latina durante el siglo XVII estuvo dedicada a exponer las disciplinas académicas estudiadas en la Universidad y los estudios conventuales, sus temas se relacionan, por tanto, con materias teológicas, filosóficas, jurídicas y científicas; cientos de estos textos se encuentran en los anaqueles de la Biblioteca Nacional. Su latín, sin embargo, casi ninguna relación guarda con la prosa de los escritores clásicos; me atrevería a decir que pocos de ellos se salvarían desde un punto de vista literario. Su interés radica en el campo de las ideas. Hemos, en efecto, aceptado comúnmente la opinión de que en la Colonia prevaleció el inmovilismo intelectual; nunca, sin embargo, nos hemos tomado el trabajo de constatarlo en los propios textos (Osorio 1989, 30).

     Ahora bien, describir la labor bibliofilológica de Ignacio Osorio parecería difícil; sin embargo, su metodología es clara: la composición de su obra Floresta de gramática, poética y retórica en Nueva España (1521-1767) es un valioso instrumento bibliográfico para conocer no sólo los manuales didácticos utilizados en el Nuevo mundo para alcanzar el dominio de la lengua latina, cuya universalidad permitió la comunicación entre los dos continentes, sino también los autores señeros que sirvieron de modelo para poetas y oradores, cuyas composiciones literarias reflejan el grado cultural alcanzado por los letrados novohispanos.
     Amén del elenco de impresos de autores clásicos latinos y renacentistas, Osorio compiló de manera acertada en esta obra fragmentos poéticos manuscritos con la intención de evitar su pérdida, acompañados siempre de juiciosos comentarios que invitan a continuar su estudio. Con esta acción, Osorio marcó, sin duda, la directriz para continuar una labor bibliográfica con la que es posible reivindicar la cultura latina novohispana.
     Ante la precaria situación de nuestros archivos y bibliotecas, Ignacio Osorio Romero fue perfeccionando una metodología que permitiera el rescate de obras y autores neolatinos. Bajo su dirección se elaboraron registros bibliográficos que nutrieron la colección Cuadernos del Centro de Estudios Clásicos de la UNAM, como el Catálogo de obras latinas impresas en México durante el siglo XVI (1986) de Silvia Vargas Alquicira, el Catálogo de los documentos latinos del Fondo Franciscano del Archivo del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México (1985) de Luciana Roberti; el Catálogo de los documentos latinos del fondo jesuítico del Archivo General de la Nación de la Ciudad de México (1987) de María Chiabó y Silvia Vargas Alquicira, herramientas que permitieron la ubicación de textos neolatinos mexicanos que se ignoraba existían en repositorios nacionales, y que, tristemente, se solicitaban al extranjero.
       A guisa de ejemplo, el Dr. Arturo Ramírez Trejo ha señalado desde que emprendió la edición, traducción y anotación de la obra De iustitia distributiva de Juan Zapata y Sandoval que inició su estudio con un facsímil procedente de una universidad norteamericana, pues los fondos conventuales de México poseían varios ejemplares de la obra ocultos entre el polvo y la polilla, debido a la falta de un inventario mínimo de estos repositorios que lo resguardaban en pleno abandono. De allí la importancia, decía, de contar al menos con el inventario básico, para saber qué se tiene y en qué estado se encuentra. Experiencias como ésta habían transitado muchos investigadores, de aquí que el neolatinista Ignacio Osorio Romero, cuando el 20 de marzo de 1990 fue nombrado director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, de acuerdo con el testimonio de Roberto Heredia, Osorio “meditó, soñó y delineó un proyecto de Instituto en el cual se conjugaban las funciones de una Biblioteca Nacional con las tareas que debe cumplir un instituto universitario de Investigaciones Bibliográficas. Dentro de este marco, y para cumplir con los propósitos fundamentales de éste, promovió el cumplimiento y la reforma de la llamada ley de depósito legal ­—que en nuestro caso es un decreto— e inició los trabajos conducentes a la unificación de los acervos de la Biblioteca y la Hemeroteca Nacionales” (Heredia 1993, 79).
     A pesar de que la gestión duró poco más de un año, en este corto lapso Osorio emprendió, entre otros, los siguientes programas:

  • Inventario general de los fondos bibliográficos antiguos, llamados en conjunto Fondo de origen.
  • Complementación de la Colección Nacional.
  • Automatización y agilización de los procesos técnicos y los servicios de la Biblioteca y Hemeroteca.
  • Elaboración de la Bibliografía Mexicana del siglo XIX.
  • Publicación de las obras fundamentales de nuestra bibliografía.

     En efecto, Osorio retomó proyectos de interés nacional que se habían suspendido, como la elaboración de las bibliografías de escritores de los estados. Finalmente, con visión clara del papel que corresponde a la Biblioteca Nacional en el ámbito de las bibliotecas y la bibliografía del país, dio los primeros pasos en un proyecto que debería haber culminado con la formación de un inventario unificado del patrimonio bibliográfico nacional (Heredia 1993, 79).
     Pero la muerte alcanzó a Ignacio Osorio, lo que impidió consumar su proyecto, con esto la Universidad perdió a un benemérito, su magno proyecto del rescate del fondo de origen quedó truncado y la magna tarea aguarda (treinta años después) a ser terminada.
     Afortunadamente, gracias a que algunos jóvenes académicos que realizan el posdoctorado y consultan el Fondo Reservado de nuestra Biblioteca, se sabe que contamos con documentos que hasta el día de hoy muchos historiadores tienen por perdidos. El inventario general, pues, aunque se ha continuado, seguirá siendo una tarea para llevar a cabo.
     Si bien la obra de este insigne universitario quedó inconclusa, la agudeza y generosidad que nos legó se mantiene en sus publicaciones bibliofilológicas que no han sido superadas y que son referente obligado para los estudiosos del pensamiento novohispano.
     Juzgo que en la apasionada, pero “sapiente y copiosa” obra de Osorio se encuentra el camino que debemos seguir para completar la historia de la literatura neolatina mexicana que él anhelaba alcanzar; sobre todo, cuando encontramos un noble fin en el estudio que él proponía: “matizar o, de plano, rechazar múltiples juicios de los hasta ahora emitidos. Muchos de ellos se mantienen por inercia o, simplemente, porque no se ha investigado sobre ellos. Quizá uno de los más obvios es el pretendido reposo o estancamiento del siglo XVII” (Osorio 1989, 68).
     En cuanto a la metodología para elaborar la historia de la filosofía novohispana, Osorio proponía la siguiente: “al mismo tiempo que se redactan los catálogos deben seguir adelante los estudios monográficos; al tiempo que se investiga la historia de la docencia […] deben procurarse las ediciones de textos tanto inéditos como impresos” (Osorio 1989, 71). Por fortuna, hoy día se cuenta con alumnos de Letras Clásicas que se han interesado por la temática novohispana y que se han unido a esta propuesta del doctor Ignacio Osorio.
     Ahora bien, sabemos por testimonio de quienes lo conocieron que Ignacio Osorio emprendía cada tarea con diligencia; la atenta lectura de sus publicaciones evidencia los avances de investigación de varios autores y obras. Por ejemplo, llaman la atención las “156 diversas ediciones mexicanas [de gramáticas latinas]” (Osorio 1967, 130) que nuestro autor había compilado hasta 1967; o bien, su trabajo sobre las tesis presentadas en varias facultades de la Real y Pontificia Universidad, conservadas en el ramo “Universidad” del Archivo General de la Nación. Roberto Heredia (1993, 77) menciona que Osorio “trabajó tres años esta parte del catálogo, y casi la terminó: el producto son unas dos mil trescientas cuartillas, que preparaba ya para la imprenta”. Es una pena no contar con el acceso a este trabajo, pues su publicación vendría a sumarse a la rica y orientadora producción de este bibliógrafo y filólogo; la información que sus beneficiarios nos proporcionaran sobre el paradero de estos documentos, así como de la biblioteca y el archivo personales de nuestro insigne profesor, sería de gran ayuda para continuar con el proyecto académico que él tenía avanzado.
     Año con año, quien esto escribe ha comprobado la excelente recepción que ha tenido la obra de Osorio: La enseñanza del latín a los indios, Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en Nueva España (1527-1767) y Conquistar el eco, la paradoja de la conciencia criolla. Los jóvenes espíritus universitarios que, a través de estas obras se inician en la literatura latino-mexicana, descubren a muchos escritores en espera de ser rescatados del olvido, y es así que contagiados por el discurso apasionado de su autor se animan a incursionar en esta otra literatura.
     Por ello, a tres décadas de la muerte del doctor Ignacio Osorio, la propuesta de continuar la tarea bibliofilológica por él emprendida, iniciando con la revisión del inventario general de nuestro patrimonio bibliográfico y completarlo; de estar ciertos de las obras y documentos que hay, en qué estado físico se encuentran, etc. coadyuvará, sin duda, al estudio y difusión de la literatura y bibliografía neolatina mexicana en la que se encuentra gran parte de nuestra historia cultural.

Bibliografía

Heredia, Roberto. “Convergencias y divergencias. Algunos recuerdos del quehacer académico de Ignacio Osorio”. Revista de la Universidad de México 504-505 (enero-febrero 1993): 76-79.

López Grigera, Luisa. “Introducción al estudio de la retórica en el siglo XVI en España”. Nova Tellvs 2 (1984): 93-111.

Mignolo, Walter D. “La lengua, la letra, el territorio (o la crisis de los estudios literarios coloniales)”. En Teoría crítica de la literatura americana, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1996, 3-39.

Osorio, Ignacio. Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en la Nueva España (1572-1767). México: UNAM-IIFL (Cuadernos del Centro de Estudios Clásicos 8), 1979.

———. Floresta de gramática, poética y retórica en Nueva España (1521-1767). México: UNAM-IIFL (Cuadernos del Centro de Estudios Clásicos 9), 1980.

———. “Jano o la literatura neolatina en México (Visión retrospectiva)”. En Conquistar el eco, la conciencia de la paradoja de la conciencia criolla. México: UNAM-Coordinación de Humanidades, 1989.

———. “Las humanidades y la Biblioteca Nacional”. Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas 1 / 2 (julio-diciembre 1969): 125-152.

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