Fábula XXIII
EL NOVILLO Y EL TORO VIEJO
Hicieron unas fiestas en un pueblo,
en las que no faltaron sus toritos,
porque lidiar los hombres con los brutos
en la mejor función es muy preciso.
Pasadas ya las fiestas, se juntaron
en el corral de Antón un buen Novillo
y un Toro de seis años, que mil veces
al arado de su amo había servido.
A los dos torearon en las fiestas,
y por esta razón fueron amigos.
Conociéronse luego, y con espanto
el Novillo al Buey viejo así le dijo:
—Escucha, camarada, ¿por qué causa,
cuando los dos jugamos en un circo,
yo salí agujereado como criba
y tú sacaste tu pellejo limpio?
Entonces el Buey grave le responde:
—Porque ya yo soy viejo, buen amigo;
conozco la garrocha, me ha picado;
y así al que veo con ella nunca embisto.
Por el contrario, tú, sin experiencia,
como Toro novel(1) y presumido,
sin conocer el daño que te amaga,
te arrojas a cualquiera precipicio,
y por esta razón como un arnero
sacaste tu pellejo y yo el mío limpio.
—Pues te agradezco mucho, amado hermano
—dijo el Torete—, tu oportuno aviso.
Desde hoy ser ya más cauto te prometo,
pues por lo que me dices, he entendido
que es gran ventaja conocer los riesgos,
y saberse excusar de los peligros.