Rubén
Bonifaz Nuño

Nació en Nació en Córdoba, Veracruz, el 12 de noviembre de 1923
Falleció en la Ciudad de México, el 13 de enero del 2013


Hizo sus estudios en la Ciudad de México, donde se recibió de abogado en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1950. Fue becario de la primera promoción del Centro Mexicano de Escritores, de 1951 a 1952 y, de 1984 a 1985, de la Guggenheim, para hacer una investigación sobre puntos fundamentales de la iconografía azteca. Su vocación por la literatura lo llevó a estudiar la Maestría y el Doctorado en Letras Clásicas, en la misma Universidad, recibiendo los grados respectivos en 1968 y en 1971. Ingresó en la Academia Mexicana de la Lengua, en 1963, y fue miembro de El Colegio Nacional, desde 1972. Ha colaborado en periódicos y revistas de México y del extranjero. Varios de sus trabajos han sido traducidos a otras lenguas. Desempeñó el cargo de Director de Publicaciones; maestro en la Facultad de Filosofía y Letras; varias veces Coordinador de Humanidades y fundador y director del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, del cual fue investigador desde su fundación, en 1973.


Consciente de que la obligación del hombre de cultura es consagrarse a enseñar lo que ha aprendido, Rubén Bonifaz Nuño alentó y fortaleció en sus justas aspiraciones a los ya numerosos estudiantes que han pasado por sus aulas y a todos aquéllos que se acercaron a él en busca de estímulo y conocimiento. Como poeta, su formación humanística lo llevó "hacia una poesía de síntesis en que se concilian el rigor clásico y las palabras en libertad, el oscuro y muchas veces atroz universo náhuatl y la tradición grecolatina". Imágenes (1953), es de corte clásico.En Los demonios y los días (1956), el poeta busca acercarse al lenguaje del pueblo con versos de contenido social y formas directas y coloquiales. Su poemario de amor, El manto y la corona (1958), balancea estos dos movimientos de su lirismo y logra uno de sus más bellos libros. En Fuego de pobres (1961), su sensibilidad ahonda en el problema social. Sin renunciar a la claridad expresiva del verso, evoca escenas perdidas, abre paso a las sensaciones, suelta la voz para decir lo que ha conocido y, a la postre, sabe poner en frases impulsivas sus afanes y sus esperanzas. Mediante su poesía, Bonifaz Nuño construyó su imagen de la vida. Sintió que el hombre, en la soledad o en medio de la civilización contemporánea, se deforma o no alcanza su plenitud. Sin embargo, su amargura es en el fondo optimista, pues afirma un porvenir en el cual, rehecho sobre nuevas bases, el hombre se erguirá completo y altivo. Siete de espadas (1966) descubre las correspondencias entre el universo náhuatl, que se hace carne en su poesía, y el universo latino que tan bien conoce. El ala del tigre (1969), vuelve a reunir tiempos paralelos de mundos culturales distintos: el indígena y el de la cuenca del Mediterráneo. La flama y el espejo (1971) es, al decir de varios críticos, uno de los más bellos y complejos poemas en lengua española, en donde la lírica se nutre de un trascendente erotismo. De otro modo lo mismo (1979) reúne sus libros anteriores, más algunos poemas no coleccionados escritos entre 1945 y 1965. As de oros (1980) y El corazón de la espiral (1983), son síntesis de sus preocupaciones y muestran, una vez más, el rigor de su oficio de poeta. Como latinista, Rubén Bonifaz Nuño fue el traductor principal, al español, de la literatura clásica latina. Sus trabajos sobre Virgilio, Catulo, Propercio, Ovidio, Lucrecio, entre otros, así lo demostraron. Pero Bonifaz Nuño no fue sólo maestro, poeta y latinista. Consciente de nuestra herencia cultural, analizó en el ensayo sus múltiples orígenes. No pudo pasarle inadvertido el pasado indígena; ejemplos luminosos de este interés son: Destino del canto (1963), “La fundación de la ciudad” (1972) -en el que, como en su poesía, vuelve a comparar el mundo clásico con el indígena, en este caso el maya-, y El arte en el Templo Mayor (1981). Poeta y prosista ejemplar, Bonifaz Nuño nos entronca, en su poesía como en sus ensayos, con las más antiguas tradiciones; supo intuir la coincidencia, en un momento dado, entre el plano del tiempo y el de la eternidad, y demostrarnos que la tarea del hombre es la adquisición del conocimiento; su destino, la libertad del espíritu, y el amor su única respuesta.






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